Fuente : El Correo Gallego.
POR XAVIER NAVAZA
Hay demandas que parecen condenadas a vagar por la memoria histórica y colectiva del pueblo: siempre vivas y activas, exigiendo su cumplimiento como quien vindica un lugar al sol mientras otros se empeñan en decretar la sombra y el silencio. Pues bien, una de esas demandas surgió en los primeros días del verano de 1978, cuando Galicia alumbraba el proceso autonómico y todo eran incógnitas para la gran mayoría.
Y quien le dio vida se llamó Antonio Rosón, primer presidente de la Xunta preautonómica de Galicia: posiblemente un desconocido total para la inmensa legión de ciudadanos que nacieron con la democracia ya instalada en nuestro país y hoy rondan la treintena. El caso es que, un poco por rabia contra los carcerberos del centralismo y otro poco porque le llegaba del alma, don Antonio encargó a su breve equipo de colaboradores que redactasen un decreto -también breve, pero lleno de alma- que declarase el día 25 de julio, Día del Apóstol Santiago, como Día Nacional de Galicia.
Toda una declaración de intenciones que, por partir de él, un moderado del galleguismo cultural, amigo de Ramón Piñeiro y de quienes pusieron en marcha la esfera estelar de la Editorial Galaxia, qué tiempos, tenía un doble significado: se podía ser profundamente autonomista y defender, al mismo tiempo, algunos de los postulados del nacionalismo sin que por ello se viniesen abajo las cuadernas de la nave galaica que comenzaba a trazar su propio ronsel sobre los mares constitucionales del laberinto español.
Nada más llegar a la presidencia y buscar acomodo en el ala derecha del palacio de Raxoi, todos supieron que creía en su trabajo de una forma entregada e incondicional. Y además sin sectarismos, abierto a todos, incluidos los jóvenes lanzarotes del comunismo y del nacionalismo democrático que a menudo compartían con él tertulias y confidencias políticas en el Hostal dos Reis Católicos, donde Rosón se hospedaba. Todo aquello le granjeó enseguida la enemiga de los sectores más jacobinos del partido en el poder, UCD, al que él pertenecía y cuya dirección en la provincia de Lugo ejerció durante varios años con una eficacia electoral incuestionable.
Una de sus más sonadas iniciativas fue aquélla que le impulsó a declarar el 25 de julio como Día Nacional de Galicia, para escarnio y maldecir del centralismo. Y lo pagó caro: Rosón apenas duró quince meses al frente de la presidencia de la Xunta, pero aquel documento, aquel aldabonazo jurídico y político que ponía a Galicia en pie de igualdad con Euskadi y Catalunya, estaba destinado a vivir y superar todos los avatares. Ayer, el decreto Rosón entró como un soplo de aire fresco en la Comisión que trabaja para la reforma del Estatuto. Tanto Carlos Aymerich (BNG) como Ismael Rego (PSdeG-PSOE) están a favor del rescate de aquella joya impulsada hace veintiocho años por el Campeador de Becerreá. Y con ellos, una multitud. Queda por saber si los populares aceptan y aprueban ahora el envite que la historia ha puesto en sus manos.
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